La crucifixión era un sistema de ejecución romano para esclavos, rebeldes y delincuentes. Este método era en tiempos de Jesús practicado únicamente por los romanos y no podían dictarlo los judíos ( Juan 18;28-31 ). El profesor Shaye J.D. Cohen de la Universidad de Harvard dice que en tiempos de Jesús “ninguna institución judía, ni el Sanedrín podía imponer la pena de crucifixión”. Si bien los romanos la utilizaban, la crucifixión no es de origen romano, sino posiblemente persa ( s.VI a.C.) y otros pueblos como los griegos (quien la denominaban stauros), los fenicios o los cartagineses ya la habían practicado desde antaño. Alejandro Magno la introdujo en Egipto y Cartagena. En época helenística Alejandro Janeo (103-76 a.C.) crucificó a ochocientos fariseos; pero no fue hasta los tiempos del Imperio Romano, cuando se hizo un uso asiduo y continuado de la crucifixión.
En el año 71 a.C. Marco Licinio Craso, derrotó en Apulia la rebelión de esclavos encabezada por un esclavo llamado Espartaco, dejando sobre el campo de batalla miles de muertos, y otros 6.000 que sufrieron la pena de crucifixión entre Capua y Roma como escarmiento. No se sabe si Espartaco murió en el campo de batalla o en la crucifixión posterior.
En Jerusalén, el general Varo crucificó en el año 4 a.C. a unos dos mil judíos que se habían rebelado y entre el 48 y 52 d.C. Ventidio Cumano, gobernador de Judea, hizo lo mismo. En tiempos de Jesús, Pilatos ejerció su autoridad con crueldad. En el año 26 d.C. sofocó una rebelión judía y en el año 36 d.C. mandó degollar a una multitud de judíos. Flavio Josefo lo describe con una personalidad despiadada, siendo destituido en el 36 d.C. Después fue llamado a Roma para responder de acusaciones tales como tributos insoportables y arbitrarios, masacres colectivas, torturas y encarcelamientos de inocentes y despojos ilegales.
Tras la caída de Jerusalén en el año 70 d.C., Tito crucificaba 500 judíos al día, como menciona el historiador Flavio Josefo en el libro sexto capítulo XII de su obra la Guerra de los Judíos: “de esta manera, pues, azotados cruelmente después de haber peleado, y atormentados de muchas maneras antes de morir, eran finalmente colgados en una cruz delante del muro; no dejaba de parecer esta destrucción muy miserable al mismo emperador Tito, prendiendo cada día sus quinientos y aún muchas veces más; pero no tenía por cosa segura dejar libres a los que prendía; y por otra parte, tanta muchedumbre de judíos parecíale requerir más gente para hacer esto. No quiso con todo prohibirlo, por pensar que viendo esto los de la ciudad aflojarían y doblarían en terneza sus ánimos, haciéndoles ver que habían de padecer aún peormente si no se rendían”.
Roma reservaba la crucifixión principalmente para delitos contra el Estado. Era una forma de escarmiento publicitario contra agitadores, rebeldes al Imperio. Existe una relación histórica entre rebelión y crucifixión. Para la profesora Paula Fredriksen de la Universidad de Boston, la crucifixión es en toda regla un sistema romano de aviso público que dice:“Tranquilizaos, ni siquiera os atreváis a pensarlo”y desde luego “funcionaba”.
Existen vestigios arqueológicos sobre la crucifixión en Palestina. En 1968, durante las excavaciones realizadas en Jerusalén en Giv’at ha-Mitvar a unos dos kilómetros de la Puerta de Damasco, se hallaron los restos de 35 personas del siglo I d.C., entre los cadáveres había el de un hombre que había muerto crucificado. Sus restos se hallaban en un osario donde aparecía su nombre Yehohanán (en hebreo Yahveh es -o ha dado- gracia), hijo de HGQWL(Hagakol, es decir, Ezequiel) . Se trataba de un varón de entre 24 y 28 años y de 1,67 metros de altura.
El profesor Haas del Departamento de Anatomía de la Universidad Hebrea de Jerusalén, examinó los restos llegando a la conclusión de que este hombre crucificado fue colocado con ambos pies clavados a un madero de madera de olivo, mediante un único clavo de hierro de dieciocho centímetros de longitud que atravesó de forma lateral un soporte de madera, ideado para dificultar la movilidad de las piernas del crucificado y seguidamente el clavo penetró en el calcaneum o hueso del talón de Yehohanán. Los brazos estaban sujetos a un poste de madera mediante clavos que atravesaban el hueso de las muñecas. En esa posición el cuerpo cae progresivamente sobre su propio peso, impidiendo la respiración, y produciendo de forma agónica la asfixia del condenado.
Podéis ver el hueso de Yehohanán todatodavía con el clavo de su crucifixión
Si bien el informe del profesor Haas de 1970 mencionaba un único clavo de unos 18 centímetros de longitud, en 1985, J. Zias y E. Sekeles reexaminaron los restos óseos y el fragmento de clavo hallado, llegando a la conclusión de que el clavo no tenía dieciocho centímetros de longitud, sino once y medio, por lo que no hubo un único clavo que atravesó ambos pies, sino que fueron dos por separado.
Las tibias de Yehohanán estaban rotas debido a un golpe infringido con una especie de maza, algo que les sucedió a los dos delincuentes crucificados junto a Jesús (Juan 19, 32). La fractura de las piernas, denominada crurifragium o skelokopia, impediría la reincorporación del crucificado, produciéndole una asfixia en pocos minutos.
En el caso de Jesús, todavía es más complejo que el de Yehohanán, pues únicamente podemos atenernos a los Evangelios. Se han realizado numerosos estudios médicos sobre la causa de la muerte de Jesús y las heridas que se le produjeron durante la tortura y crucifixión a la que fue sometido.
La flagelación, como ha manifestado Tito Livio y Flavio Josefo formaba parte de la crucifixión romana, es decir, la flagelación a la que fue sometida Jesús no era una pena distinta, accesoria o complementaria, sino que formaba parte del propio proceso de crucifixión con la finalidad de debilitar al condenado y acelerar la muerte en la cruz. El látigo o flagrum taxillatum fue un instrumento de mango corto formado por cuatro o cinco correas de piel de becerro de unos 50 cm de longitud en cuyos extremos llevaban atajadas huesos de oveja con aristas y bolas de plomo. La función de este látigo era destrozar literalmente la piel y producir hemorragias. La distancia a la que Jesús fue flagelado, pudo ser tan sólo un metro y realizado simultáneamente por dos romanos, produciéndole heridas en la piel comparables a quemaduras de tercer grado. La flagelación continuada también le produjo contusiones, irritaciones cutáneas, excoriaciones, erosiones y llagas. Además, los golpes fuertes y repetidos sobre la espalda y el tórax, le pudieron haber provocado, lesiones en la pleura e incluso pericarditis, con consecuencias graves para la respiración, y una insuficiencia renal. En algunos puntos del tronco las heridas contusas habrían sido tan profundas, produciendo un desgarramiento muscular y hemorragias profusas. El número de latigazos, según la ley hebrea, era de 40, pero Jesús pudo haber recibido más, al aplicarse la ley romana. Este tipo de flagelo se ha hallado en catacumbas romanas.
Podéis ver una imagen de este tipo de flagelo:
Lo que no formaba parte de la crucifixión, era la vejación a la que fue sometida Jesús, poniéndole una corona de espinas en la cabeza, vistiéndole con un manto de púrpura y dándole una caña, para después burlarse de él ( mateo 27,27, Marcos 15,16). El profesor de Medicina Sebastiano Rodante de la Universidad de Siracusa ha realizado importantes estudios sobre la coronación de espinas y el doctor José Javier Domínguez, de la Universidad de Navarra realizó un experimento de simulación para observar las heridas que podría producir una corona de espinas como la de Jesús. Lo que hizo fue coger una calavera y la revistió con un grosor de 5 milímetros de plastilina. Una vez simuladas las partes blandas de la cabeza, encasquetó una corona de espinas procedente de espinos mediterráneos, y le propinó varios golpes a la corona, quedando la plastilina desgarrada en la parte frontal y en la parte occipital. Para el doctor José Antonio Lorente especialista en Medicina Legal y Forense y profesor titular de Medicina Legal de la Universidad de Granada la corona de espinas no está relacionada con la causa de la muerte, al no afectar a órganos vitales.
El texto bíblico no narra que Jesús cayera varias veces camino del Calvario, cargando el peso del madero. La verdad es que en las crucifixiones no siempre sucedía así. A veces se le conducía directamente al reo al lugar de crucifixión, donde ya estaban las cruces dispuestas, pero el caso de Jesús fue singular. La cruz estaba compuesta por un PATIBULUM o palo horizontal cuyo peso serían entre 34 y 60 kilogramos y el STIPES o estípite, el palo vertical de la cruz que solía estar plantado en el lugar del suplicio. Por eso Jesús en el camino hacia el Gólgota, pudo haber llevado atado sobre sus espaldas el Patíbulo. Los evangelios no hablan de las caídas de Jesús, es la tradición cristiana quién ha incorporado tres caídas de Jesús durante su traslado. Para el traslado del Patibulum los romanos tuvieron que echar mano de un hombre llamado Simón de Cirene (27:32 mateo, marcos 15:21, Lucas 23:26).
Dentro de esta tradición de las tres caídas, el cirujano turinés Nicolo Cinquemani , dio a conocer el 29 de marzo de 1998 una nueva hipótesis. A lo largo de estas caídas, uno de los clavos que llevaba incrustados en el Patibulum le perforó la parte derecha de la espalda, penetró 12 centímetros y le llegó hasta el pulmón ocasionándole un hemotórax. La sangre producida por la herida habría inundado sus pulmones y Jesús habría caído en una fase de insuficiencia respiratoria de la que ya no pudo recuperarse. Fue llevado en tal estado a la cruz que la muerte fue en pocos minutos.
Esta hipótesis choca frontalmente con la elaborada por David A. Ball en 1989, quién simuló una crucifixión utilizando cuerdas y ganchos en vez de clavos. De esta manera, pudo comprobar que con las muñecas clavadas a la cruz y el cuerpo suspendido, los pulmones estirados quedan hiperinflados y la única forma de respirar es elevar el cuerpo, y si no se eleva el cuerpo, la muerte se produciría después de cierto tiempo, por asfixia. El doctor José Antonio Lorente concluyó que la causa inmediata de la muerte de Jesús fue debido a hipoxia-anoxia (hipoxia es disminución de la concentración de oxígeno en la sangre, y anoxia es la ausencia total de oxígeno en la misma) cerebral consecuencia de hipovolemia (disminución del volumen de sangre) post-hemorrágica, de insuficiencia respiratoria mecánica (incapacidad para respirar adecuadamente por falta de movilidad) por graves lesiones en músculos intercostales, y de insuficiencia cardiaca. La causa fundamental de la muerte de Jesús fueron las múltiples heridas inciso-contusas, equimosis, erosiones, excoriaciones y hematomas en la parte anterior y posterior del tronco.
Destacar del examen del profesor Lorente que Jesús en su agonía pudo haber padecido el "Síndrome de aplastamiento" debido a la cantidad de golpes recibidos en los mismos lugares y también una "irritación de las pleuras o membranas que rodean los pulmones"; esto último origina una pleuritis con una acumulación de líquido entre las pleuras, lo que se identifica con Juan 19:34. "Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. El líquido que se acumula entre las pleuras se denomina «exudado» que en este caso sería de apariencia transparente similar al agua y acompañado de sangre debido a las lesiones propias en las arterias y venas de la zona.
En cuanto a los clavos en la zona carpiana de las extremidades, no pueden estar relacionadas directamente con la muerte, al no afectar a órganos vitales y no cabe una infección grave a tan corto plazo. Esta completamente descartado que los clavos fueran introducidos en las palmas de las manos, pues estas se hubieran desgarrado, ocasionando el desplome del cuerpo. El clavo introducido en la muñeca lesionó el nervio mediano, lo que provoca un dolor tan atroz que puede llegarse a perder el conocimiento. Además los clavos pueden desgarrar arterias o venas, redundando en un posible shock hipovolémico. En cuanto a un único clavo sobre los pies de Jesús, los experimentos realizados han demostrado que no hay dificultad en poner los pies uno sobre otro y clavarlos con un único clavo. La posición del clavo en el segundo espacio metatarsiano permitiría que los pies se apoyaran firmemente. Ninguno de los evangelistas da detalle sobre cuantos clavos se utilizaron para la crucifixión de Jesús y sabemos por las interpretaciones de Zias y Sekeles, que podrían haberse utilizado hasta dos clavos, uno para cada pié.
Todavía hay muchos interrogantes sobre la crucifixión de Jesús. Por ejemplo se ha discrepado sobre la altura de la cruz y la forma de esta. Algunos estudiosos entienden que la cruz no tenía una elevación tan alta como la que tradicionalmente nos han representado, sino que los pies se hallaban a pocos centímetros de tierra. En cuanto a la forma, a lo largo de la historia del método de crucifixión, este se fue perfeccionando. Aparte del Stipes o crux simples, en el que se empalaba o ataba a la víctima, existían tres clases de cruces: La crux commisa o cruz de San Antonio tenía la forma de una “T” mayúscula, la crux decussata o cruz de San Andrés tenía la forma de una “X”; y la última sería la crux immissa conocida como cruz latina, que es una variante de la griega, formada por dos barras. Esta última podría ser la utilizada para la crucifixión de Jesús, un hecho reforzado para algunos por la colocación del titulus crucis. Tampoco el posicionamiento del título IESUS NAZARENUS REX IUDAEORUM ( I.N.R.I.), es en mi opinión, una prueba definitiva de que la cruz de Jesús fuese la immissa y debe tenerse en consideración que las evidencias arqueológicas e históricas indican que la cruz commisa o Tau era la más usada por los romanos en la Palestina del siglo I d.C.
Es posible que Jesús se apoyara en una tabla horizontal fijada a mitad del estípie como asiento para alargar la agonía. A esta base de madera se la denominaba sedile o sedulum. En un dibujo de la reconstrucción de la crucifixión de Yehohanán a partir del hallazgo de sus huesos en Givat ha-Mitvar, el profesor N. Haas muestra este asiento de madera.
Hay por tanto múltiples cuestiones todavía referentes a la crucifixión de Jesús que difícilmente llegaremos a saber. Para Bonifacio Fernández, profesor de Teología y experto en Cristología «no se puede saber con exactitud que ocurrió antes y durante la crucifixión. Conocemos por el Derecho romano que era una práctica muy extendida y poco más, pero de ahí a precisar, por ejemplo, la trayectoria que siguieron los clavos en el cuerpo o que este medía 1,80 metros de alto, es algo que de momento, me parece imposible de demostrar».
La crucifixión estuvo legalmente operativa hasta el siglo IV d.C., cuando el emperador Constantino prohibió la crucifixión como pena. Sin embargo, se continuó usando en otras partes del mundo y en épocas posteriores. Incluso Luis VI de Francia ordenó crucificar en el año 1127 al asesino del conde de Flandes,Carlos el Bueno y en Japón se practicó hasta el siglo XIX, una especie de crucifixión en la que ataba a la víctima a una cruz, y el verdugo disparaba flechas a partes no vitales de la anatomía, para ocasionarle una muerte lenta y dolorosa.
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